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Creemos en el poder que tiene el arte para transformar el mundo con sus vidas, creemos que todas las historias merecen y necesitan ser escuchadas, el o la escritora (el o la que resiste) tiene ese gran poder y lo local debe tener igual valor que lo extranjero o lo clásico. Estamos trabajando para que de las redes se pueda rescatar algo y, nos sirvan para mostrar y revivir la escritura y la lectura de la agonía que atraviesan hoy.

LEÓN MARÍA LOZANO – EL CÓNDOR

Elaborado por: Guillermo Pérez La Rotta

Hace 51 años se publicó la novela  “Cóndores no entierran todos los días”, escrita por Gustavo Álvarez Gardeazábal, que narra cómo surgió el terror bajo el mando de León María Lozano en la ciudad de Tuluá y el norte del Valle del Cauca, en el marco de la violencia agenciada por los dos partidos tradicionales, luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el nueve de abril de 1948. Violencia que aparentemente culminó cuando los jefes de esos dos partidos hicieron un acuerdo de paz y fundaron lo que se llamó el Frente Nacional en 1958. Pues ese ciclo de violencia terminó para dar vida a otros, como la época de los bandoleros, y luego, el nacimiento de las guerrillas comunistas. 

La novela de Álvarez Gardeazábal marcó un hito en la narrativa sobre la violencia, por su escritura y concepción creadora, que une la fábula con la historia real, y pone en escena a la ciudad de Tuluá como un personaje que sufre, junto con muchos ciudadanos de esa región, el terror agenciado por el Cóndor. Así se apodó a León María, cuando alguien hizo una analogía entre los “pájaros”, que eran grupos de militares y paramilitares al servicio del partido conservador, y el Cóndor, que es el rey de las aves que viven en los Andes. 

La versión fílmica de la novela, realizada por Francisco Norden en 1984, hace una recreación de la historia contada en la narración literaria, con aportes igualmente creadores a partir del lenguaje cinematográfico. Una de las cuestiones que nos llama la atención en la novela y en la cinta de Norden, es el hecho de que ofrecen un documento vívido de la ideología conservadora, plasmada en el carácter del personaje de León María Lozano, de modo que podemos apreciar con cierta profundidad los elementos espirituales que jugaron un papel en la contextura psicológica de muchos individuos en nuestro país por aquella época. Para ello se toma en cuenta, entre otras significaciones católicas, el libro profético del Apocalipsis de San Juan, que expresa en forma mítica la lucha entre el cristianismo primitivo y el antiguo mundo pagano. Las alusiones al Apocalipsis, son numerosas en la novela, y la película las asume con discreción y sutileza cinematográfica que interroga al espectador, para redondear un sentido de la historia que se define al inicio y al final del relato. 

La narración empieza con una matanza que no comprendemos en sus móviles, y precisamente por ello parece germinal. Posteriormente, mientras la cámara hace una toma general de un pueblo, se oyen gritos de mujeres. Luego se aprecia a León María Lozano dormido sobre un escritorio mientras se oyen cascos de caballos y gritos. León María se despierta y se levanta, sale a la puerta para finalmente ver algo que pasa con incandescencia ante él, pero que el espectador no ve, mientras continúan los gritos y ruidos de los cascos de caballos. Después el cura Amaya, párroco del pueblo, habla en la misa de la masacre de “La Resolana” y advertimos que aquella escena original que vimos corresponde a esa masacre. Lo que ve León María es un carro incendiado y jalado por caballos, mientras alguien grita consumiéndose en el fuego. El sacerdote hace luego un discurso en el que ataca a los masones y ateos, asesinos de los cristianos, y afirma que se cuiden los enemigos de la fe porque el jinete del Apocalipsis los exterminará, mientras la cámara realiza un primer plano de León María, que asiste a la misa. Apreciamos unos nexos entre estas imágenes y aquellas del final del relato, cuando León María, rezando ante el Señor caído en una iglesia de otro pueblo, oye voces de mujeres que rezan y también, nuevamente, los cascos de los caballos que vienen; lentamente se inquieta y se voltea como predestinado a algo, para salir posteriormente a la calle y caer abaleado al lado de un automóvil. Pero antes de expirar, levanta su espalda unos instantes, crecen los cascos de caballos, y cae muerto. 

Lo que advertimos es que la visión del inicio, como fuego que lo aterra, lo acoge al final, a través de los cascos de los caballos. Pero tal visión, se conecta con el texto del padre Amaya en la misa, sobre los jinetes del Apocalipsis, pues mientras el cura echa su discurso, la cámara hace un primer plano de León María Lozano, que lo convierte en uno de los jinetes. Ya avanzado el relato, veremos a León María en actitudes místicas ante la imagen de un Cristo, o en sus miradas hacia lo alto de una iglesia, que nos llevan a pensar en un personaje convencido de su misión como ángel vengador. Pero lo revelado por las imágenes finales, es que lo apocalíptico no es claro en el balance que separa a justos de pecadores; aunque todo el tiempo, pareciera que León María es el ángel exterminador, el relato se encarga de mostrar en su remate que la visión apocalíptica que tuvo León María al inicio, indica es un ciclo donde él iba a ser exterminador y exterminado. Con ello, el filme entrega de una manera muy elaborada, un sentido detrás de las matanzas que narra, pero no porque una instancia superior castigue, sino porque el propio asesino ejerce, bajo el imperio de su ideología, una acción que se revierte fatalmente contra él. En medio de su entrega a la religión, allí frente al señor caído, surge nuevamente su entrega a un destino sangriento que lo acogió, pues se mezclan las imágenes de una devoción fervorosa con los signos auditivos de cascos de caballos guerreros y asesinos.

Para iluminar el sentido de esta conexión bíblica, vamos a considerar otros aspectos de la versión fílmica en relación con el carácter de León María lozano, que nos van a llevar a profundizar en la identidad autoritaria, terrorista y mesiánica del personaje, en el contexto de esa sociedad. El relato remite a un orden social, aquel que se impuso durante la década de los años cincuenta del siglo XX en Colombia. Nuestra interpretación intenta comprender parcialmente el papel de ciertos individuos en su relación histórica con la sociedad, sobre todo desde su condición de súbditos de las élites políticas conservadoras y también las liberales. El carácter autoritario es una clave para entender esto. Responde a un imaginario cultural religioso implicado intensamente en lo político. Acogemos la siguiente definición del psicólogo Erich Fromm, que describe psicológicamente el carácter autoritario, propio de nuestro personaje:

El primer mecanismo de evasión de la libertad que trataremos es el que consiste en la tendencia a abandonar la independencia del yo individual propio, para fundirse con algo, o alguien, exterior a uno mismo, a fin de adquirir la fuerza de que el yo individual carece. Las formas más nítidas de este mecanismo pueden observarse en la tendencia compulsiva hacia la sumisión y la dominación”. 

La identidad de León María es la de un ser sumiso que recoge las dádivas de los poderosos, y acolita a través de servicios que le permiten perpetuarse como un súbdito. Este personaje, en la escasa vitalidad espiritual que ostenta, es igualmente, como una contrapartida de su insignificancia en la vida social, un individuo que manda con autoritarismo inapelable sobre su esposa e hija. En los dos casos obra de acuerdo a unos principios incontestables que le aseguran su supervivencia. Su condición de satélite de otro mayor que ejerce su poder e influencia, la reparte, entre doña Gertrudis, cacica liberal del pueblo, el librero, el directorio conservador, y el cura Amaya. Los dos primeros le dan un empleo, primero el librero, quien luego lo despide porque se vende muy poco en su librería. Luego la cacica del pueblo, quien le da un puesto de venta de quesos en la plaza de mercado. Enseguida, el partido conservador, que le da las órdenes y las armas para matar. Y finalmente el cura del pueblo, que es el tutor que lo inviste de autoridad religiosa.

Frente a esa jerarquía social, la relación que León María mantiene con su esposa Agripina es la contrapartida lógica de la sumisión. En su casa manda de acuerdo a una instancia normativa que recibe de la religión y del partido. Son dos caras de la misma moneda, dado que el carácter autoritario consiste en reducir a su mínima expresión el discernimiento, para responder a la acción a partir de la normatividad preestablecida que es garante absoluta de la verdad, y se expresa en el filme en la escucha atenta de los sermones en la radio y la lectura a tientas del diario El Siglo. De este modo León María debe dar órdenes a su esposa como una dimensión de experiencia que es natural para él. No hay que discernir nada, a veces él obedece, y otras manda; y esto ocurre de acuerdo a los roles socialmente establecidos. 

La ausencia de reflexión es colmada por la moral social que el personaje asume apasionadamente, en tanto cifra su posibilidad de ser, y le otorga un lugar en la sociedad. El comportamiento frente a su hija confirma la actitud extrema con su esposa, como prejuicio moral ante la sexualidad humana. León María no puede asumir con naturalidad que la hija sea mujer, porque realiza interiormente un tabú cultural atávico; quizás, lo que evoca el cortejo sobre la hija es la problemática negación de la corporeidad junto con su sexualidad, que no quisiera ver repitiéndose en su hija. Entonces, cuando la jovencita recibe una serenata de un muchacho que quiere cortejarla, León María  le echa agua por la ventana para espantarlo junto con los músicos.

El relato caracteriza progresivamente al personaje como un ser autoritario, hasta desencadenar la consecuencia extrema de su entrega incondicional a un orden que aparece a sus ojos como absoluto. Ese orden tiene su presencia en el mundo, se expresa histórica y socialmente, y aparece integralmente configurado en la identidad narrativa del personaje. La entrega a esos “principios” que él no sabe dónde comienzan, ni por qué aparecen allí en la vida social y anímica, permite después al personaje convertirse en un asesino que mata para acabar con aquel que plantea oscuramente la diferencia: el masón, el ateo, el liberal. 

Pero para que León María pudiese llegar a esa posibilidad se tejen unos eventos que motivan un reconocimiento social necesario para tal empresa. Y el acontecimiento crucial que marca el ascenso del personaje como un asesino al servicio del partido conservador, es el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Entonces en la ciudad de Tuluá, la chusma liberal se subleva y amenaza con incendiar instituciones católicas. En consecuencia, León María se une con otros copartidarios y se arma con explosivos. Surge entonces el Mesías, o el Ángel exterminador.

El momento en que León María lanza un taco de dinamita contra la chusma liberal,  demuestra que ante la asonada sólo vale responder con una fuerza solitaria pero igualmente fanática, que no hace absolutamente ninguna concesión, porque se trataba de defender el colegio salesiano. Resalta la analogía con el santo guerrero de Cristo que va hasta el sacrificio para conquistar o defender un mundo. El relato desarrolla posteriormente, bajo expresiones puramente visuales, ese convencimiento interno del personaje en su misión sagrada. Pero tal convicción se liga narrativamente en las consecuencias de la peripecia del taco de dinamita que engrandece a León María, y que se ejercen a partir de las actitudes de la cacica del pueblo, Doña Gertrudis, del Directorio departamental del partido conservador y del cura del pueblo. Los notables liberales, encabezados por Doña Gertrudis, validan la acción de un godo del pueblo raso enfrentado a la chusma liberal. El comportamiento de estos personajes oscilará hacia delante desde el reconocimiento inicial que hacen a León María por defender sus privilegios, hasta el titubeante enfrentamiento con el matón que los lleva a casi todos a la tumba. El cálculo político de la cacica liberal encuentra su reforzamiento en la posición del partido conservador frente a la valentía de León María. Bajo perspectivas diferentes cada sector del poder político, realiza un reconocimiento social del Cóndor. Es doña Gertrudis quien le pone ese apodo.  Y la investidura  entregada por el jefe regional del Partido Conservador, está signada por el convencimiento acerca de la legitimidad del poder para exterminar a sus oponentes. El político que lo visita y le entrega junto con otros dos señores, cajas llenas de armas, le dice estas palabras: 

Nadie olvida su acción el día de la asonada, usted fue un héroe para la iglesia, los jefes del partido y el país, y por ello se trata de que en este rincón, usted asegure la vigencia de nuestros principios y del gobierno legítimamente constituido“. 

En consonancia con aquel poder armado que le entrega el gobierno a través del jefe regional del partido, la actitud interna del personaje desenvuelve el convencimiento de su misión sagrada, desplegada en una a serie de escenas de liturgia o devoción que tipifican los conflictos centrales y ligan la misión trascendental del cura Amaya con el designio purificador y terrorífico de León María. El ángel exterminador es doblemente un ser que recibe una gracia divina para atacar a los oponentes, en tanto sus crímenes son fuerza real ejercida desde el poder terrenal engastado en lo divino. 

Tiempo después, cuando los asesinatos del Cóndor colman de terror al pueblo y la región, el cura que al inicio del relato, denunció la masacre de “La Resolana”, y habló de un castigo impartido a los infieles por los jinetes del Apocalipsis, ahora guarda silencio. Es el silencio del sacerdote lo que se reduce en realidad a complicidad, pero no basta esta categoría para entrar en aquello que la narración entrega como pensamiento y acción de estos dos personajes. El destino del sumiso ante la religión, muestra su engrandecimiento ante Gertrudis, desde el evidente respaldo que tiene la condición de poder ostentada por el sacerdote, que se origina en la teocracia católica. Esta actitud del clérigo es permanente, aparece como el que calla y otorga, pero igualmente, en su silencio y en su gestualidad vuelve a insistir en la dimensión de una verdad revelada que avanza impasible por el relato. Al final, es significativa la muerte del Cóndor ocurrida al lado de un carro que insiste en marcar una época, pero también indica que su destino de muerte estuvo ligado a esas máquinas desde donde administraba el terror: los automóviles fantasmas conducidos por los matones en la noche. 

Lo narrado por el filme como el declinar de León María, confirma y cierra lo que planteamos anteriormente acerca de su carácter autoritario, que aparece en sus rasgos  ideológicos, y luego en su condición de asesino, como la sumisión incondicional a la creencia religiosa y como un instrumento de la represión política conservadora. Al caer el gobierno de Rojas Pinilla, debe salir del pueblo para continuar con su destino en la ciudad de Pereira, donde, arrodillado ante el Señor caído, oye los cascos de los caballos y presiente la muerte vengadora, que llega como la conclusión de la visión apocalíptica que acogió al inicio del relato y repartió hasta su muerte. Pero esa inclusión del personaje en un destino más amplio de destrucción apunta entonces a la cultura que lo alimenta. El Apocalipsis, lo es finalmente de una sociedad, la cual encuentra que las ideologías que están en juego definiéndola, no pueden conciliarse o negociar, y llevan de una manera intolerante a la violencia continuada.  

Para ilustrar esto vamos a abordar la cuestión del reconocimiento, pues a través de éste, el individuo encuentra y desarrolla ciertas claves de su identidad. En el filme y en la novela Cóndores no entierran todos los días, este problema adquiere significación a partir de la manera como el personaje de León María Lozano se configura desde el imaginario religioso agenciado por el partido conservador, y en la confrontación a muerte con gentes del partido liberal. Lo que expresan la novela y el filme, tanto en la relación entre Gertrudis y León María, como en los enfrentamientos entre liberales y conservadores, es que la polaridad de concepciones políticas que idealmente podrían integrar democráticamente a la sociedad en un juego de propuestas, aparece atravesada en su realización por ideas absolutas que corresponden a acciones destructoras frente a otras posibles visiones. 

Una de las formas como se construye ese sentido es el mesianismo: la total compenetración entre el individuo y las supuestas verdades que lo sostienen, que se realiza como un poder político, religioso y paramilitar, y aparece a ojos de quienes lo imponen, como una misión salvadora signada por Dios. El objeto de la misión salvadora es la refundación de la patria, la confirmación de la nacionalidad bajo una ideología o religión, y la tarea de purificación frente al extraño maldito que amenaza con fuerza destructora aquella verdad. Los dos partidos históricos de Colombia vieron su misión, cada uno a su modo, como una empresa salvadora, y sus líderes fueron responsables de agenciar y fortalecer esa postura, para confirmarla en las acciones cotidianas del pueblo y en todas las instituciones del Estado. 

En su análisis del contenido político de los diarios El tiempo y El Siglo, durante la década del cuarenta en Colombia, el historiador Carlos Mario Perea procuró determinar el carácter religioso de las dos concepciones políticas tradicionales de la nación. Basta con seleccionar unos pasajes de los citados periódicos para confirmar el planteamiento, que ostenta la dirección salvífica propia del mesianismo:

salvar para Colombia el predominio de las ideas liberales (…) pero algo más se ha salvado también: el prestigio de nuestra cultura, la tradición de nuestra moral, nuestra propia condición humana”.

(Comentario al triunfo lopista en 1942. Diario El Tiempo

El periódico Jornada del gaitanismo decía, como expresión de la importancia de la toma del poder: “Por eso la reconquista tiene una emoción más profunda, casi mesiánica, como el regreso a la tierra prometida”.

El triunfo de Ospina es la salvación de la república y la verdadera restauración moral de lo que López dejó. Ospina es el candidato del movimiento restaurador de la nacionalidad”, afirmaba el Siglo en 1947.

Finalmente, Laureano Gómez decía cuando fue elegido presidente: 

Bendigo a Dios mil y mil veces por haber llenado mi corazón con este ardiente amor por mi patria y por haber logrado que mi mente captará una sublime doctrina (…) alabo a Dios porque Él me ha permitido transitar por entre los fuegos del odio sin permitir que mi corazón se contaminara de él y por haberme conservado feliz, libre de las sombras oscuras de la venganza, puro, sin escorias ni amarguras”.

Citado por el historiador Álvaro Tirado Mejía.

El convencimiento de recibir una bendición providencial, contrasta con el terrorismo de Estado que se desplegó durante aquel gobierno de Gómez. En correspondencia con el gesto del gobernante, el ángel exterminador de la novela se siente signado por Dios para purificar el mundo frente a los enemigos que toman diversas figuras demoníacas, de acuerdo a los tiempos y sus condiciones políticas. Pero finalmente, la que sufrió el terror fue Colombia, y los campesinos perseguidos o fanatizados en los campos. 

De este modo, la identidad narrativa del Cóndor, personaje histórico pero explicado a su vez por una ficción reveladora,  está envuelta por esas fuerzas políticas y religiosas de esa Colombia, y por ello su reconocimiento como personaje es tan precario. Fue un asesino más de esa violencia ejercida entre los dos partidos tradicionales. Su muerte acontece indefectiblemente luego de que el gobierno de Rojas Pinilla es derrocado, y ese poder deja de respaldarlo. El reconocimiento del personaje, obedece entonces a una serie de simulaciones y gestos ideológicos, impartidos desde el poder, y aparecen como una práctica instrumental, más acá de cualquier posibilidad individual de libertad. Por ello, el mesianismo puede considerarse como una expresión sociológica que se refleja psicológicamente en el carácter autoritario, del cual hicimos unas aproximaciones, a propósito de León María Lozano. El mesianismo es posible dentro de una orientación de la cultura y la educación cerrada y confesional, dentro de un ambiente educativo que no propicia el criterio independiente del individuo y el ciudadano frente a la moral y la política. 

Política y religión, bajo los términos exhibidos por la novela y el filme, constituyen y expresan el imaginario que bajo ciertos enfoques, alimentó la precaria conciencia de las clases medias y bajas de Colombia. Mientras las oligarquías hacían lo suyo para perpetuarse dogmáticamente en el poder, hasta que por fin, tardíamente, hicieron un acuerdo político para repartirse ese poder, en lo que se llamó el Frente Nacional.