Elaborado por: Andrés García
El acto de enseñar no se trata de que el estudiante acumule información, lo que busca el acto educativo es que el estudiante pueda tener un criterio propio para evaluar qué de lo que se le está diciendo es pertinente y qué no, qué puede ser cierto y qué no. En esto consiste básicamente la educación crítica, una formación basada en la estructuración del criterio de los estudiantes para que puedan evaluar lo que se les está enseñando, y hacer lo mismo a lo largo de su vida con toda la información que pretenda ser veraz.
Desde esta perspectiva, la educación debería de centrarse en la formación del carácter del estudiante, pues de este depende el criterio que pueda tener el estudiante a la hora de evaluar lo que se le presenta ante sí. El gran reto de la educación crítica consiste precisamente en que el estudiante abandone una posición cómoda y pasiva donde acepta todo lo que se le plantea y pase a ejercer un rol activo, fundamentado en un carácter autónomo y con una capacidad de evaluación que son la expresión de unos criterios de análisis de espectro amplio.
Es decir que el estudiante crítico soporta su criterio autónomo en la capacidad de análisis que ha desarrollado a lo largo de su formación. En este sentido es la capacidad analítica desarrollada por el estudiante la que le permite establecer un diálogo crítico con sus compañeros y con el profesor a partir del cual surge el conocimiento. Es decir, una información que ha sido previamente objeto de análisis, puesta a prueba por medio de preguntas problematizadoras, y desarrolladas en un diálogo razonable.
Desde esta perspectiva queda claro que el estudiante crítico no tiene una postura preconcebida sobre el tema a tratar y, por supuesto, no va a cuestionar lo que propone el profesor desde sus propias creencias sino desde el análisis razonable expresado en preguntas que ponen en cuestión lo que se pretende que el estudiante aprenda. Es importante tener en cuenta que la condición necesaria para que el aprendizaje se de es que el estudiante esté abierto a él, pues de lo contrario lo que se presentará es una lucha entre el profesor que quiere presentar algo como válido y el estudiante que considera que no lo es porque sus creencias le dicen que no lo es. Obviamente el acto de enseñanza se convierte en un campo de batalla donde gana el más fuerte, pero con la consabida resistencia del débil a no hacer suyo lo que se le presenta sino a repetirlo como un loro para aprobar.
Este tipo de pugnas se suele presentar en el ámbito universitario, en donde los profesores consideran que están en posesión de la verdad y los estudiantes carecen del saber que ellos poseen, como si el conocimiento fuera algo que se puede poseer, pasando por encima de sus capacidades analíticas; por otra parte, también los estudiantes consideran que están en posesión de la verdad, ya sea porque creen en lo que han leído, se han vuelto adeptos a un autor específico, o porque lo han escuchado a alguien que consideran una autoridad digna de respeto, y por lo tanto lo que afirma sólo puede ser la verdad. Estas posturas malogran el acto educativo crítico, pues impiden que puede desarrollarse un diálogo que nos lleve más allá de nuestras creencias y así producir conocimiento.
Hay que recordar que un ser humano autónomo es por defecto crítico, y no va a aceptar la palabra de ninguna fuente que no sea previamente analizada y siempre la tomará sólo como punto de referencia, porque se puede dar el caso que una teoría frente a una situación nueva no de cuenta de todo lo que está en juego en dicha situación, es por esto que toda teoría es susceptible de ser revisada. En esta misma línea argumentativa tenemos que decir que solamente un pueblo que no tiene un criterio propio y no ha desarrollado las habilidades analíticas, se deja llevar por las emociones y asume de manera ciega lo que afirman otros, y lo va a defender incluso con la muerte.
Guardando las proporciones, esto es más o menos lo que sucede en muchos claustros universitarios tanto en el profesorado como en el estudiantado; son personas que han asumido que han encontrado la verdad, y por esto mismo no pueden entrar en un diálogo razonable con el otro, simplemente porque son incapaces de escuchar con la intención de entender la posición del otro, pues si lo escuchan lo hacen con la intención de mostrarles los errores expositivos o argumentativos en los que ha caído, y desde ahí invalidan todo proceso dialógico en el que se soporta el acto educativo.
Es común caer en estas dinámicas, pues se confunde fácilmente el ser crítico con criticar al otro desde la posición cómoda de una postura predeterminada que nos ofrece una serie de razones para cuestionar lo que el otro quiere decir cuando difiere de nuestra posición. Es relativamente fácil darnos cuenta si tenemos una postura de criticar o estamos siendo críticos, en el primero nos dejamos llevar por las emociones que afloran y no nos dejan escuchar al otro, simplemente nos cerramos ante cualquier razonamiento contrario al nuestro. Por otra parte, cuando estamos en el campo de la crítica, estamos en campo abierto, es decir que no estamos defendiendo ninguna postura, solamente indagamos sobre la mejor exposición posible. El primer camino nos lleva a un campo de batalla donde nadie gana, y en el segundo estamos en el camino dialógico del conocimiento.
Insisto, el acto educativo debe de ser una actividad donde cada uno de los actores deje a un lado sus propias creencias, y decida abordar un tema con la actitud más investigativa posible, evaluando cada una de las objeciones y con el mayor nivel de duda razonable; por otra parte, es importante que cualquier tesis que asumamos como verdadera tiene que estar desprovista de cualquier tinte emocional, pues si asumimos una tesis porque nos identificamos con ella emocionalmente, estamos cerrándonos a otras perspectivas que nos permitan ampliar nuestra mirada, nuestros horizontes de comprensión, que es lo que exige el acto educativo, de lo contrario nos estamos encerrando en nuestro propio mundo, desde el cual todo aquel que piense diferente, está equivocado.
Tenemos que cuidar que nuestras intervenciones estén dadas desde la indagación crítica producto del análisis, de la apertura al horizonte interpretativo desde el cual estamos abordando la temática, que los cuestionamientos a las tesis planteadas no estén cargados de emociones. El pensamiento crítico está más cerca al pensamiento objetivo, en cuando que analiza el tema desapasionadamente y desde un horizonte interpretativo amplio, desde esta perspectiva la crítica debe entenderse como profundización en el tema que se está indagando y no como una crítica a una postura desde otro lugar (teórico) predeterminado, asumido sin un examen crítico. Este debería de ser el enfoque con el que las universidades abordasen los temas a trabajar, pues a partir de él podríamos realmente avanzar en la producción de conocimiento.