Revista Versetto

Creemos en el poder que tiene el arte para transformar el mundo con sus vidas, creemos que todas las historias merecen y necesitan ser escuchadas, el o la escritora (el o la que resiste) tiene ese gran poder y lo local debe tener igual valor que lo extranjero o lo clásico. Estamos trabajando para que de las redes se pueda rescatar algo y, nos sirvan para mostrar y revivir la escritura y la lectura de la agonía que atraviesan hoy.

DURA NOCHE

Elaborado por: Yonatan Polindara Moncayo

No puedo obligarte a que me ames, no puedo obligar que te conviertas en un objeto; un objeto no puede hablar, razonar o mentir y, si no puede hacer eso no podrá bridarme amor.  Tan sólo puedo arrástrate al mar de la libertad y desde el muelle de mi existencia verte partir.

Fue bello reír y enojarme a tu lado, fue bello creer que la vida por unos instantes era plena y llena de colores; pero lo más bello fue en la ficción de mi mente sentirme amado por unos instantes.

Todos perseguimos la felicidad, todos añoramos existir como sombras danzarinas frente a la  vida.

Añoré verte despertar a mi lado una vez más, no me mentí, porque no lo quería una vez más… lo quería por la eternidad.

Cuida a Nieves… Se ha robado una parte de mí y se marchará cuando deje de cesar y yo de respirar.  

No olvides sacar un abrigo.

Me siento vacío. Me siento como una persona que habita en un cuerpo impropio, desconozco mi respirar, los latidos de mi corazón, el crujir de mi estómago; el brotar de mis lágrimas, ya son cosas extrañas para mí. Perdí mi orgullo. Ni el gusano más rastrero de la mortal existencia rogaría por amor; sin embargo yo lo hice, contento y lleno de alegría maté mi orgullo, me arrodillé ante una mujer.

Confieso ante todos que he llorado día y noche; que ella no se aparta de mis recuerdos, no he dejado de pensarla un solo día. Por mi propia culpa me convertí en su sirviente, me estabilizaron sus actos, su vitalidad le dio respiro a la mía, su aparato reproductivo con su aroma me enlazó a un mundo osiánico.

Tres noches lloré frente al cuchillo, tres noches la muerte me sonreía, por tres noches mi corazón respiró. Al amanecer del cuarto día me di cuenta que mi orgullo desapareció; mi más grande don y regalo que algún Dios caprichoso me había otorgado, una mujer me lo arrebató.  Muero de rabia, quiero asesinar a todo el mundo. Escuchar las voces y murmullos de la gente que habla de mí, y de lo estúpido que fui, es mi penitencia en este lugar llamado tierra. ¡Qué poderosa es la vergüenza cuando el orgullo quiere retomar su estado!

Me siento un ser vacío, sin nada porque respirar, sin nada porque caminar viendo otro día morir ¿No sé qué me sostiene aun en este asqueroso planeta llamado tierra? La muerte es una descarada, la muerte debe ser una mujer; cuando la deseó no aparece y, cuando la odio siento sus abrazos y besos muy cerca de mi corazón.         

¡Quiero morir! Quiero dejar de respirar. He vendido mi espíritu al troquelado del pesimismo, del suicidio, de la ira incontrolable…En pocas líneas quiero desaparecer en el abismo. Una noche mí sangre se heló, con frio en mis venas invoqué la muerte, que se detuvo a medio camino al escucharme exclamar maldiciones. Entre drogadictos, borrachos y cortesanas se detuvo.   

Esa noche descubrí la cara y la contra-cara de la muerte; todo el que maldice evoca la vida y la vida aterra a la muerte y, la muerte como dama que es, rechaza a un infame guache.  

Me senté en un callejón, pensativo, encolerizado, decepcionado y aun enamorado; mi mente estaba minada, aturdida de recuerdos e imágenes de la mujer que amaba siendo seducida y dejándose seducir por un espectro; su risa, su mirada, sus manos tocando otro hombre, me recorrían el cerebro en imágenes que lo destrozaban como puñales. Era ella, mi chica hormonando, quería escapar de su piel, para terminar en la piel de la persona que la sostenía esa noche.  

Me sentía impotente y pedí al cielo que se acordara de mí, que me permitiera hablarle y seducirla. Terminé mis oraciones y el cielo respondió con mano dura; reflejó en mí, mis pecados convirtiéndolos en mi propio infierno. La vi salir con el espectro, un hermoso hombre, alto y atlético, con las venas de sus brazos brotadas, un rostro delicado y amable, su prototipo. Sentí como mi corazón se detuvo, y recordé: “Crónicas de una muerte anunciada” de un tal “Gabo”.

Esa noche la música cesó, los borrachos paseaban en cámara lenta, todo se detenía y el único estruendo que se lograba percibir era el crujir de un corazón roto.

Por esa puerta de aquella tasca de cortesanas y de gente desagradable, salía mi vida con toda su naturalidad y vitalidad a entregar su cuerpo al instinto natural de nuestra sexualidad. El problema no era ese, era que no sería conmigo con quien fundiría su piel.

Admito que soy el más bello estúpido. Ella me dijo que no le gustaba; que no me acercara a ella si no deseaba que la fuerza de las leyes humanas detuviera lo metafísico en mí; que yo poseo un espíritu, vacío y hueco, no tengo gracia divina o maldita en mí; mi sola existencia le produce asco, maldice el día en que nuestras existencias se cruzaron; que quería vivir y yo no la dejaba. Decir eso con todo lo que representa la vida, es decirlo todo. No sentía nada por mí… simplemente la idealicé.

Estaba tan enamorado, no quería entender, no deseaba comprender la exactitud de sus palabras. La dama simplemente obedeció a su corazón.

Las verdades duelen y cuando las encontramos sufre nuestro corazón, por ese motivo nos apegamos a tibias mentiras que nos contengan en esta miserable vida. El ser humano es un ser perezoso. No lo soy… soy un ser temeroso de soltar lo que se quiere ir; a su vez, el ser un Ser vacío y hueco me convierte en un sabio Sócrates

 Adiós mi bella cicuta.