Elaborado por: Eduardo Fabián Bermeo Muñoz
No sabría precisar el instante en el que pasó, tampoco advierto si en aquel momento estaba dormido o despierto. El mundo onírico, valga la redundancia, es un sueño eterno. Siempre he dicho que la paz se logra cuando se duerme bien. Lo demás, y con esto me refiero a lo demás… ha ocurrido bajo los más puros efectos del insomnio.
Aquella noche, sentí una pequeña molestia en la espalda: algo atravesó mi pulmón derecho, quedándose incubado no sé cuánto tiempo.
Cuando el sol fue saliendo con su típico disimulo, mis ojos se abrieron de manera súbita, una energía descomunal recorrió todo mi cuerpo, al punto de ponerme en pie lo más rápido posible de la cama. No era un día especial, tan solo otro más dentro del calendario escolar.
Salí apresurado hacia el baño, pasando por la cocina donde se encontraba mi mamá y mi hermano menor: mientras ella estaba de espaldas, preparando unos huevos revueltos, mi hermano se encontraba sentado, esperando el desayuno mientras revisaba su celular. Entonces, durante mi rápida estancia en ese espacio, me dirigí a saludarlos, pero con un grito nunca escuchado en la casa hasta entonces:
—¡BUENOS DÍAS MIS QUERIDOS SERES HUMANOS! ¡SERES DE CARNE, HUESO Y MUCHOS SUEÑOS! ¿CÓMO ESTÁN EL DÍA DE HOY?
Insisto en que mi presencia fue fugaz, pero mis palabras retumbaron aquel cuarto. Sin embargo, alcancé a percibir, curiosamente, que ninguno me prestó la más mínima atención, es más, intuí que no me habían escuchado en lo absoluto. A causa de mi extraña prisa por llegar a estudiar, pasé de largo y me desentendí de la situación, pensando que una vez terminara de asearme y arreglarme, llegaría a la cocina y podría entablar una rápida charla con ambos.
Cuando estuve listo, me dirigí a la cocina esperando encontrarlos, pero noté que mi desayuno no estaba servido, pues mi mamá había ido a extender ropa y mi hermano se estaba cepillando los dientes. Inmediatamente creí que me estaban ignorando por completo, pensé que se trataba de una jugarreta maliciosa, y eso que mi cumpleaños aún era lejano. Sentí una rara tristeza, la cual se combinaba con una desazón causada con la inusual escena. Fue tanta la afectación que se me quitó hasta el hambre, razón por la que decidí despedirme de ambos con otro grito, esta vez más airado:
—DE ACUERDO, MUCHAS GRACIAS… NOS VEMOS AL RATO, ¡SI LES IMPORTA!
Para mi sorpresa, el silencio de esos dos se prolongó tal y como había sucedido cuando grité la primera vez. Entonces, me ganó la impulsividad: salí del comedor tirando el asiento,—sin que este se cayera —volví al cuarto por mi maletín y salí a pasos ligeros de la casa, sin mirar atrás ni un segundo.
el recorrido, meditaba ofuscado los motivos por los que mi mamá y mi hermano se habrían comportado así. ¿Se enterarían de alguna travesura que habría hecho en estos días y que yo no recordaba? O ¿acaso formaron una complicidad ultra secreta para jugarme una broma, llegando el final del día para reírse en mi cara por la reacción que produje? Estas y otros interrogantes rondaban por mi cabeza por un buen tramo de camino hacia la institución educativa que se encontraba a escasas cuadras de mi hogar.
De repente, cuando estaba a punto de llegar al portón principal del colegio, empecé a experimentar cierta levedad: mis pies no sentían el asfalto, mis órganos parecían comprimirse, mi mente trataba de alcanzar una lucidez que se encaminaba hacia una paulatina pérdida de los sentidos. ¡Estaba a punto de desmayarme! Y cómo no iba a desvanecerme en aquella acera, si no había probado bocado desde que salí de casa. De pronto, mi conciencia se tornó oscura, todo mi cuerpo comenzó a temblar, todo mi ser vibraba. Podía alcanzar a observar—mientras caía lentamente de bruces —que todo mi alrededor se envolvía en una atmósfera singular: muchas dimensiones parecían abrirse, variopintos colores salían de todas direcciones y en diversas formas, de fondo sonaba una especie de eco, similar a un grito. No entendía nada de lo que me estaba pasando, hasta que lo comprendí por un hecho insólito: mientras mi cara revotaba lentamente contra el duro pavimento, miré a lo lejos que dos de mis amigos se acercaban rápidamente en dirección hacia mí, como si empezaran a acelerar los pasos hasta iniciar una carrera.
Apenas sucumbí en el piso, y con la mirada desorbitada, percibí que, estando boca abajo, ellos pasaron por encima de mí sin tan siquiera tocarme un cabello, lo más extraordinario fue que sus pies atravesaron mi cabeza, pasando por mi espalda y uno de mis pies que había quedado en posición recta, mientras que el otro se había doblado un poco hacia adentro, logrando que mis piernas formaran la figura de un cuatro.
Después de que pasaron sobre mí, solamente cerré mis ojos y no recuerdo nada más que eso, pues fue el último recuerdo que quedó de mi existencia. El eco que resonaba en mi cabeza durante ese momento turbulento, se trataba de los gritos desesperados de mi madre pidiendo ayuda, pues había encontrado a su hijo mayor acostado, boca abajo, con sus piernas dibujando un número cuatro, ensangrentando la mayor parte de la cama, con un orificio del tamaño de una canica, ubicado en el costado derecho de su espalda.
¿viví? ¿morí? No lo sé, es todo lo que recuerdo, es todo lo que puedo recordar. Después de eso no hay más, no puedo hacer ni decir nada más, hasta aquí llega lo que fui, soy y pude ser: un solo despertar.