Revista Versetto

Creemos en el poder que tiene el arte para transformar el mundo con sus vidas, creemos que todas las historias merecen y necesitan ser escuchadas, el o la escritora (el o la que resiste) tiene ese gran poder y lo local debe tener igual valor que lo extranjero o lo clásico. Estamos trabajando para que de las redes se pueda rescatar algo y, nos sirvan para mostrar y revivir la escritura y la lectura de la agonía que atraviesan hoy.

COMIDA FRESCA

Elaborado por: Fabián Ramos

En una tarde de Febrero de 1991 en la ciudad de Georgia, provenía una voz desesperada de uno de los lugares abandonados más recónditos de la ciudad, tenía las calles infestadas de escombros, colillas de cigarrillos y en los andenes cambuchos improvisados. Debajo de uno de esos techos rotos, resonaban quejidos de una mujer que estaba por dar a luz. La mujer tenía dieciocho años y su aspecto no era muy saludable; tenía llagas en sus pies por el peso de su barriga debido a muchos días caminando descalza; sus piernas eran muy delgadas, su cabello lucía enredado y su rostro revelaba a una mujer desquiciada. Sudaba a borbollones, emanaba el alcohol que había bebido durante todo el día, se estaba deshidratando, acababa de romper fuente y la sangre yacía entre sus piernas. Muchos de los que vivían en esa calle la conocían como la Mujer Provinciana quien había llegado a ese lugar desde los diez años. En un principio hacía visitas casuales para conseguir algo de drogas, así trataba de escapar de su realidad y sus problemas emocionales; pero con el tiempo ya no supo controlar su adicción.

En medio de su pelo enmarañado yacían unos ojos verdes y profundos. Su piel era blanca y delicada. Pero en esos ochos años de estar sin rumbo fijo, el sol le había quemado el rostro.

Sudaba demasiado, bajaban gotas por sus mejillas hasta los labios, que escupía en seguida. En ese momento nadie la ayudaría. Abrió sus piernas y empezó a pujar fuertemente para expulsar la criatura. Ella no hallaba que hacer entre su embriagues y su  dolor, apenas podía ponerse en pie, mientras su recién nacido estaba bañado en sangre sobre el cemento y aún el cordón umbilical estaba unido a su vientre.

La criatura lloraba desesperadamente.

― ¡cállate estúpido! ¡Te odio, te odio! ― gritó con pocas  fuerzas.

En seguida se recostó sobre los periódicos a lado de su hijo. El cuerpo del recién nacido estaba de lado, su pequeña pierna le cubría la parte umbilical, por lo que su instinto de madre la llevó a darle la vuelta bocarriba, así se dio cuenta que era niña; por un momento apreció su rostro y con llanto de compasión limpió con su sucia camisa la sangre del frágil cuerpecito, derramó su botella de alcohol sobre la punta de un vidrio que estaba a su alcance y cortó el cordón. La mujer Provinciana debía actuar rápido antes de que llegaran drogadictos, desequilibrios mentales quienes debido al consumo de heroína seguramente podrían hacerle daño. No tuvo otra opción que coger entre brazos a su hija y llevarla envuelta en su camisa sucia con algunos periódicos por unas calles más. La mujer tenía claro que no podía quedarse con su hija, no podía pasar la noche con ella entre sus brazos debajo de los puentes o albergues que solía visitar. Sintió alivio porque ahora podría deshacerse de una vez por todas de su pesadumbre.

Ya casi era de noche, al llegar a un lugar apropiado para dejarla se percató que no hubiera gente husmeando a su alrededor como solía ser. El centro de la ciudad estaba congestionado, todas las personas estaban en sus mundos y problemáticas; a pesar de pasar por su lado nadie sintió curiosidad por lo que haría, quizá por su aspecto y  mal olor. Las personas la esquivaban tapándose la nariz cuando se les acercaba. Muy nerviosa se aproximó hacia una esquina frente a una tienda de modas y accesorios femeninos donde había un pequeño conteiner de basura lleno hasta el borde. La niña en su improvisado fardo aún tenía coágulos de sangre que con el sol se habían resecado. La infortunada madre la descubrió y la puso al lado de una bolsa con basura de color azul; en ese preciso momento  pasaba una ambulancia, la sirena retumbaba en toda la calle, la niña en seguida empezó a llorar y su llanto no fue escuchado por los transeúntes.

Unos segundos después la Mujer Provinciana desapareció calle arriba sin dejar rastro, cada paso que daba parecía ser más difícil. Dio unos diez pasos más y se arrepintió, permaneció en suspenso; regresó de prisa por la pequeña con debilidad y tristeza, pero ya no la halló, tan sólo estaba la bolsa azul y los retazos de periódico ensangrentados. Su llanto interrumpió esta vez los pasos de los transeúntes que miraban con ojos de asombro mientras desesperada buscaba a su hija.

La recién nacida fue encontrada por una joven mujer. Era una mujer soltera, atractiva e independiente, que al cruzar la calle escuchó el llanto de la criatura, se acercó y en medio de las bolsas de basura alcanzó a ver un piececito moviéndose mientras el ruido de la calle confundía el llanto. Se impresionó, el nerviosismo hizo temblar todo su cuerpo, sus manos temblorosas retiraron la bolsa; sus ojos tenían una expresión como de quien ve un ángel, confundida y sensible a la vez, por un momento no supo qué hacer; la tomó entre sus brazos apartando la bolsa, la envolvió en su abrigo sin dudar ni un segundo en llevarla a su hogar. Pasaron unas semanas y la criatura dormía en la casa de la extraña mujer. Ella permanecía en el teléfono hablando sobre las penurias de su estadía en la ciudad.

Una mañana miraba el periódico mientras bebía un té, al pasar la página leyó un anuncio algo amarillista: “Pareja millonaria no puede tener hijos”, en ese instante le asaltó una idea que ayudaría a sacar provecho de la situación.  Marcó a los números, y del otro lado le respondió la empleada quien pidió esperar un momento. Después de unos segundos pasaron al teléfono.

―Buena tarde. Familia Laurden. ¿Con quién tengo el gusto? ―dijo una voz grave.

― Mi nombre no importa, pero lo que diré sí. ―comenzó la mujer.  ―tengo un bebé de unos días de nacida, la he encontrado en la calle. Leí su historia en el periódico, se acaban de casar pero su esposo no puede engendrar. Entonces si quieren adoptar estoy dispuesta a ayudarles; a cambio quiero una buena suma de dinero.

Después de un corto silencio del otro lado, voces confundidas y un pequeño diálogo, se escuchó a la esposa pedir pasar al teléfono.

― Sí. Soy la señora Esther.―contestó la mujer con voz suave.― acabo de escuchar lo que le dijo a mi esposo y deseo saber cómo podríamos vernos mañana y… por el dinero no se preocupe, yo misma me encargaré de pagarle. Al colgar, la mujer se sintió muy feliz, se abalanzó contra su esposo gritando de felicidad.

― ¡comida fresca!―. Sonrió el señor Laurden.

Del otro lado la joven sintió alivio, mirando a la criatura con una sonrisa pensó en la suerte que la niña tenía. Pero había sido mayor suerte haberla ella encontrado. Al siguiente día la niña estaría en una mansión  llena de lujos y ella obtendría su dinero y se marcharía de la ciudad.