Elaborado por: Camilo Andrés Ortega Muñoz
Cuando se trata de reconstruir un acontecimiento de gran trascendencia en la historia mundial, la mayoría de los relatos van orientados a construir una historia contada desde el Otro y no desde el lugar en donde ocurrieron los hechos (Ortega, Texto inédito), omitiendo gran parte de la historia y el libro voces de Chernóbyl de Svetlana Aleksiévich muestra la historia desde el lugar en donde ocurrieron los hechos, pero a partir de una narración contada desde los sentimientos de las personas que vivieron en carne propia la tragedia de Chernóbyl, al mostrar esa historia de sufrimiento de sus pobladores, que no entendían los motivos por el cual eran apartados de sus costumbres, sus tradiciones y de su vida humana.
Historias como la de Larisa Z madre de una bebé, que lucha para que le brinden a su niña un tratamiento adecuado, al nacer su hija con una patología tan compleja que parecía como un saquito vivo, cosida por todos lados, producto de los efectos radiactivos de Chernóbyl, cambiándole su forma de ver el mundo, que si bien a los cuatro años de edad cantaba, bailaba y recitaba versos de memoria como una niña normal, ella jugaba con sus muñecas al hospital, a ponerle inyecciones, a colocarle el termómetro, a que si la muñeca se le moría a ponerle una sábana blanca y lo hacía como resultado de pasar más tiempo en el hospital que en su propia casa. Larisa Z no comprende del por qué su hija nació con tal enfermedad pues ha estudiado su árbol genealógico y nunca hubo nada igual, los médicos le señalaban que era un diagnóstico de dolencia común, debido a que no podían encadenar el caso de su niña con Chernóbyl hasta que se completara la base de datos de las enfermedades producto de la radiación ionizante. Su hija se había convertido en un inválido de Chernóbyl.
O como la del profesor Yevgueni Aleksándrovich Brovkin de la Universidad Estatal de Gómel, que contaba que no comprendía el motivo de la desaparición de los libros de la biblioteca sobre los rayos X, y del porque no podía marcharse de su ciudad, comentaba que un día un taxista le narraba sin salir de su asombro: ¿Por qué los pájaros caían como ciegos contra el cristal delantero? ¿O es que se habían vuelto locos? incluso el profesor escribió un relato, en el que se imaginó qué pasaría dentro de cien años: algo parecido a un hombre o alguna cosa que avanzaba a saltos con sus cuatro patas, lanzando hacia atrás sus largos cuartos traseros y levantando las rodillas; una criatura que por la noche lo veía todo con su tercer ojo, y que con su única oreja, clavada en la cresta de la cabeza, oía incluso el correr de una hormiga. Este relato fue enviado por él, a una revista, pero esta fue rechazada y tachada como un retrato de una pesadilla, pero la verdad es que fue ignorada porque no podía escribir sobre Chernóbyl.
También historias tan perversas y crueles como la del presidente de la Sociedad recreativa de cazadores y pescadores. Al comentar que fueron contratados para liquidar animales domésticos: perros, gatos, entre otros. Con el fin de evitar epidemias, manifiestan que cuando recorrían los distritos se encontraban perros juntos a las casas y sin pensarlo los liquidaban a tiros, que si bien los animales no podían entender porque les disparaban, resultaba fácil matarlos, eran animales domésticos que no temían ni a las armas ni al hombre, solo acudían a la voz humana. A las tortugas no las mataban a tiros, sino que las aplastaban con la rueda delantera de un jeep. Estos hechos, ellos los comparaban como si fuera la guerra, actuaban como las tropas de castigo, llegaban rodeaban el pueblo y los perros en cuanto oían el primer tiro, salían corriendo, huían al bosque.
O el de la maestra Nina Konstantínovna que relata que en sus clases a los niños no les interesaba estudiar la literatura clásica sino hacerse preguntas como ¿Qué pasa después de una bomba atómica? Debido a que a su alrededor ha surgido otro mundo, la muerte que los rodea los obliga a pensar mucho. Da clases de literatura rusa a unos niños que no se parecen a los que había hace unos diez años. Ante los ojos de esos críos, constantemente entierran algo o a alguien, cuando están en formación caen desmayados, cuando se quedan de pie unos quince o veinte minutos les sale sangre de la nariz. No hay nada que les pueda asombrar ni alegrar. Siempre somnolientos, cansados, las caras pálidas y grises.
Cada una de las personas que vivieron en carne propia la tragedia de Chernóbyl tienen historias dirigidas a un mismo sentimiento de sufrimiento y de dolor, preguntándose si es mejor recordar u olvidar.
En todas partes se hablaba de Chernóbyl: en casa, en la escuela, en el autobús, en la calle. La comparaban con Hiroshima. Pero nadie lo creía ¿Cómo se puede creer en algo que no se comprende? Por mucho que te esfuerces, por más que lo intentes comprender. Tengo miedo, me da miedo amar, tengo novio, ya hemos entregado los papeles al registro. ¿Ha oído usted hablar de los “hibakusi” de Hiroshima? Son los supervivientes de Hiroshima, sólo pueden casarse entre ellos. Aquí no se escribe nada sobre esto; de esto ni se habla. Pero nosotros existimos, somos los “hibakusi” de Chernóbyl. Katia P.
Al principio todos hablaban de la catástrofe, luego de la guerra nuclear. He leído sobre Hiroshima y Nagasaki, he visto documentales. Es pavoroso, pero algo comprensible: una guerra nuclear, el radio de la deflagración. Esto también podía imaginármelo. Recuerdo una conversación con un científico: “Esto es para miles de años -me explicaba- el uranio se desintegra en doscientas treinta y ocho semi-desintegraciones. Si lo traducimos en tiempo, significa mil millones de años. Y en el caso del torio, son catorce mil millones de años”. Anatoli Shimanski, periodista.
Debe usted ver nuestro material en video, que es único. Lo vamos recogiendo a migajas. ¿La crónica de Chernóbyl? Cuente que no existe. No nos la dejan filmar. Todo está bajo secreto y si alguien lograba grabar algo, al instante, nuestros bien conocidos Órganos competentes te retiraban este material y te devolvían las cintas borradas. Tampoco tenemos la crónica de cómo evacuaron a la gente, de cómo se sacó el ganado. Estaba prohibido filmar la tragedia, sólo se grababa el heroísmo. A pesar de todo se han editado álbumes sobre Chernóbyl, pero ¡cuántas veces les han destrozado las cámaras a los operadores de cine y de televisión! ¡Cuántas los han machacado en los despachos de arriba! Serguéi Vasílievich Sóbolev, vicepresidente de la Asociación republicana “Escudo para Chernóbyl”.
Son muchas las reflexiones que podemos sacar del libro voces de Chernóbyl de Svetlana Aleksiévich, pero quizás las que más me aterra, es la forma en cómo el ser humano es capaz de destruir o dañar su propio hábitat y el de las demás especies.
El accidente del reactor 4 de la central nuclear de Chernóbyl en 1986 liberó 400 veces más radiación que la bomba atómica lanzada a Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial. Pese a las consecuencias catastróficas, tres décadas después son muchos los vegetales y animales que pueblan el lugar. En un artículo para The Conversation, el doctor en biología, Germán Orizaola, indicaba que en Chernóbyl viven actualmente “osos, bisontes, lobos, linces, caballos de Przewalski, y unas 200 especies de aves, entre otros animales”. Aunque menciona la “ausencia general” de efectos negativos de la radiación, señala algunas de las consecuencias en espécimen individuales: las ranas de la zona son más oscuras, “lo que podría protegerlas de la radiación”; algunos insectos sí que “parecen vivir menos” y algunas aves “también presentan daños en su sistema inmune, aumento de albinismo y alteraciones genéticas”. Los motivos que encuentra Germán Orizaola para que la fauna pueda mantenerse de manera general son, por un lado, la resistencia de los organismos vivos y, por otro lado, que “las especies podrían estar empezando a mostrar respuestas adaptativas que les permitieran vivir en zonas contaminadas sin sufrir efectos negativos”. Siendo la ausencia del ser humano un factor decisivo para favorecer la presencia de grandes mamíferos, lo que para el investigador es “que la presión de las actividades humanas resultaría ser más negativa a medio plazo para la fauna que un accidente nuclear”, lo cual, es una visión bastante reveladora del impacto de la presencia humana sobre los ecosistemas naturales. Chernóbyl se ha convertido en un refugio para la fauna salvaje.