Revista Versetto

Creemos en el poder que tiene el arte para transformar el mundo con sus vidas, creemos que todas las historias merecen y necesitan ser escuchadas, el o la escritora (el o la que resiste) tiene ese gran poder y lo local debe tener igual valor que lo extranjero o lo clásico. Estamos trabajando para que de las redes se pueda rescatar algo y, nos sirvan para mostrar y revivir la escritura y la lectura de la agonía que atraviesan hoy.

LA BANCA: MEMORIA DE UN PUEBLO, MIEDO Y VERDAD

Elaborado por: Daniela zapata

Son las seis de la mañana. Estoy con la blusa amarilla; observo la Alcaldía, las palmeras, el hablar de la gente, el vuelo del búho, el guayacán creciendo, el helado que aún no se derrite en el frío piso. Me siento en una vieja y robusta banca dando descanso a mi espalda; las busetas llegan de la ciudad y mi cabeza se mueve con el ruidoso trasfondo de vuvuzelas.

Cierro los ojos…Reflexiono. De pronto observo el alba  y sus colores en el cielo, que se escapan con la mañana sobre el guayacán en el centro del parque; al frente la imponente iglesia agujerada por los proyectiles. Veo una fotografía, cierro mis ojos. No estoy allí. Pienso en la verdad de un pasado que debo estudiar y conservar; pero estoy en la banca necesitando el diálogo de mis abuelos, contándome la historia del pueblo reflejando en sus rostros, la angustia de los fuertes sonidos de  fusiles y su poder para construirlo y derrumbarlo.

La banca está en relación con mi vida, mi familia, mis muertos, los niños, las inclinadas calles de mi pueblo y los campesinos que venden sus cosechas los sábados en la galería. Contemplo la banca; aquella que ha estado por años en ese rincón poroso, similar a una pared cuadrada de bahareque, en la que se observan unas antiguas latas de guadua con bichos a su alrededor, que cortaron en una madrugada de luna creciente. 

Mi cuerpo percibe el olor a café, sentada con mi bitácora y mi blusa amarilla, merodeo en las largas noches de angustia que fue nuestro centro vivencial. La vieja banca proveniente de fuertes guaduales va más allá de lo imaginable, trae recuerdos de lo cotidiano, de los sitios prohibidos para caminar, dé las tardes fantasmas en la calle principal. 

Esta banca llegó a ser testigo de los muertos de cada día; de los afanes de los militares para defender el pueblo, de las voces temerosas, del suplicio impuesto en sus latas; esa superficie de dolor y sufrimiento, pero sobre todo de resistencia cuando la guerra se hizo presente. 

Ésta es mi banca que vio transcurrir el cambio de las calles, de los padres, de los hijos; recuerdo de lo que ha provocado el conflicto armado. El desarraigo de sus gentes, el aumento de pobreza y desplazamientos forzados, la huella impuesta por el poder dominante, las cicatrices de violencia, la expresión de la tristeza cuando la guerra llamó a cada puerta con violencia y corroyó la madera de la banca con un miedo que entumeció los movimientos. 

La banca reúne también a todos los transeúntes, a la mujer que vio morir a su madre por ser llamada bruja e informante de la guerrilla, la niña que fue impactada por una bala en una toma guerrillera; madres llorando, rezando para que cesaran las balas y el avión fantasma dejara de devastar el pueblo; pero también de los jóvenes haciendo teatro, presentando películas en el parque cantando y gritando en medio de hombres armados a la vista del comandante.

Quizá por eso me gusta sentarme acompañada de una fotografía que construyó una historia inolvidable. La banca se torna mesa de diálogo para los que sufrimos el conflicto; Reunirnos hace notar que hemos diseñado una morada en ella donde se comparte una taza de café con los secretos más profundos, como el de Doña Martha cuando perdió su pierna por un explosivo artesanal, o Doña Flor cuando fue desplazada con su familia, Doña Adelaida al ver morir a su esposo arrodillado en la sala de su casa y su impotencia al informarle que  su hijo Lucio también había sido acribillado hasta morir frente a sus hijos.

De repente abro los ojos y me encuentro ante la brisa de la mañana, los niños que van para el colegio y los jóvenes estudiando sentados en la vieja banca. Todos y todas hemos creado un nuevo comienzo, con bases de dolor en un mundo de vida compartido. Aquí en mi banca, con mi bitácora y la fotografía me percato que todo se ha movido, todo ha cambiado; ya no están mis abuelos; está el miedo que hace sentir un ¡Disparo!  Por eso mi banca de guadua que me resisto a dejar convertir en leña para el fogón, pues sería dejar morir la historia que nos ha mantenido firmes en nuestro territorio.