Elaborado por: Juan David Cajas
Inspirado por los dioses de la selva, una noche embriagada de aura silvestre, los lleva a vaciar sus conciencias bajo la sombra de los árboles. Allí se encuentran, sumergidos en la gloria mística de la naturaleza. Giran y beben el perfumado viento entre las ramas. Se abrazan celestes el uno al otro mientras los rayos de luna se entrelazan entre los ramajes.
A lo lejos acechan en la frondosa espesura los felinos capturando el lento ondular de la maleza con su mirada caótica. En esta ternura se embriaga el alma desparpajada que busca el otro lado de la realidad.
He notado el aroma de la bruma, las luciérnagas bailan una melodía de portentosos frutos. Sus destellos contienen la luz del sol que brilla en los ojos de los creyentes. Estancias de miembros anhelantes de la alegría de ser despertado por el amor de la naturaleza. Los cuerpos se mecen entre rincones entrelazados de verdor. El bosque se enciende de encantados destellos rotos de la esperanza hechizada.
En la bullente música suena el trino de los pájaros cantores invocando milenarias fiestas que se extienden bajo su mirada, en una antigua danza al ritmo de la tierra. Todos los que cantan encuentran un milagro en sus almas invisibles, abrazadas de aquel esplendor de la locura dulce que nace del profundo corazón de la selva. La luna se frota con las estrellas, derramando sus lágrimas sobre la piel del cielo e invocando a los espíritus del viento a susurrar el verdadero amor en el tuétano de la vida.
La magia se extiende por entre sus raíces, transformando sus ansias en juventud y floreciendo sus deseos de ansiedad renacida. Esta noche es recuerdo de eterno sabor, sellado con las lujurias lánguidas de un beso lunar. El bosque recibe al alba con una canción, como si los ángeles cantaran sembrados de seda canela, despertasen el mundo con su calor. Se vuelve a fundir el esplendor de la locura dulce bajo un manto de plena libertad. El corazón de los creyentes se entrega a la selva una vez más, en una sinfonía de alegría.