Elaborado por: Eduardo Fabián Bermeo Muñoz
Este ser: temperamento fuerte desde su niñez, energía extraordinaria para ejecutar cualquier oficio, disposición constante para criar sus cinco hijos, vio pasar su vida entregada al mundo del trabajo y los pequeños placeres del fin de semana, resumidos en breves paseos que terminaban en cualquier fritanga, donde disfrutaban catando el ají con sus retoños.
Sus hijos crecieron y llegaron más semillas a las que este ser amaba incondicionalmente, sin alcahuetearía y con la misma templanza de autoridad familiar. Con la presencia de sus nietos, parecía más saludable que de costumbre, como si los hubiese estado esperando por mucho tiempo.
Los años fueron pasando y, como cualquier mortal, su cuerpo empezó a flaquear. Todo comenzó aquella vez que encendieron el fogón para realizar un asado. Al soplar con excesiva fuerza, para su edad, notó una ligera molestia en su espalda, exactamente en la zona donde se ubican los pulmones. En ese momento no le dio gran importancia, pues la reunión familiar no podía girar alrededor de su insignificante padecimiento.
La tos llegó sin previo aviso, mientras cepillaba sus dientes y limpiaba su lengua. Era una tos extraña, nunca antes experimentada, pues la acompañaba un desaliento y un bajón de energías incomprensible, tanto que debía recostarse para encontrar una posición más relajante.
La necedad, propia de los seres invencibles, fue su escudo, pues se negó rotundamente a recibir cualquier tipo de chequeo, visita o algo que tuviese que ver con tratamientos médicos. Con el paso de los días redujo sus salidas y se le dificultó continuar con algunos trabajos que no eran más que pasatiempos; lo que más le dolió fue ver cómo su existencia se consumaba en un cuarto adornado con un televisor, un armario y una mesa de noche.
En un par de meses la tos se había intensificado, tanto que su eco se expandía como un ruido incómodo hacia las habitaciones donde vivían dos de sus hijos con una nieta. Tos seca en el día, tos con flema en la noche, expectoraciones que se prolongaban casi por horas, y que solo eran calmadas con sutiles sorbos de agua. Su estado se cifraba más en toser que en hablar, entonces dejó de pronunciar palabra, para comunicarse ahora mediante tosidos: uno contenido significaba que tenía hambre; otro que duraba menos de cinco minutos expresaba su deseo de visita; los que duraban menos de media hora, implicaban que quería estar solo.
Mientras le llevaban la comida, sus hijos le preguntaban cómo se encontraba, le rogaban una y otra vez la intervención médica, pero la única respuesta del ser era toser, ellos interpretaban- o creían hacerlo- que se trataba de un rotundo NO.
Este ser dejó de hablar, como si hubiese hecho un voto de silencio, el mismo que era interrumpido por un sonido grave, punzante, doloroso que salía de su interior, confiando en que solo su interior lo repelería en cuanto descansara lo suficiente, lo equivalente a media vida de arduas labores sin comer ni dormir bien.
Un día cualquiera, de esos que no se eligen para morir, la última de las nietas, que apenas empezaba a hablar, le escuchó toser más que de costumbre, como si estuviese pidiendo ayuda o tratando de manifestar algo. Por lo tanto, la niña decidió abrir inocentemente la puerta de su habitación, lo hizo tácitamente, con el propósito de no molestarle. Cuando se acercó, aquel ser no paraba de toser, a tal punto que le costaba respirar. La niña solamente lo miraba con cierto gesto de asombro y nerviosismo, mientras el ser se empezaba a revolcar en la cama, agobiado por la tos más intensa que había podido soportar durante tantos meses.
De repente, la niña no soportó más aquella escena, rompiendo en un llanto ensordecedor. Sus chillidos fueron tan fuertes, que de inmediato el ser dejó súbitamente de toser, mirando con asombro a la pequeña. Pero, este ser no permitió que la niña llorara más, realizando una acción particular: tomó a la niña por uno de sus brazos, la acercó lo más que pudo y le susurró al oído: “yo ya partí hace rato de este plano, quisiera que por favor dejes de llorar y le digas a tu padre que este pobre ser nunca dejó de toser”. En ese mismo instante, la niña cesó de llorar abruptamente, dibujándosele en la mirada un terror indefinible. Trató de dar una vuelta y salir corriendo, pero solo giró en su propio eje y cayó al suelo, donde la recibió una empolvada alfombra. Segundos después del impacto, la puerta del cuarto volvió a abrirse, pero ahora de manera estrepitosa. Se trataba del padre que apenas llegaba de trabajar cuando justamente había escuchado un ruido de impacto, razón por la que su impulso lo obligó a correr despavoridamente hasta el cuarto del ser, imaginando que este se había caído.
Cuando abrió la puerta con violencia, encontró a la niña tirada en la alfombra, mirando fijamente aquella cama vacía, mientras repetía sin pausa: “solo tosía, solo tosía, solo tosía…”